Repasando un poco la historia. El vidrio templado: historia de una revolución transparente y resistente
La historia del vidrio templado es la historia de una transformación que, aunque invisible a simple vista, cambió por completo la forma en que el mundo ve —y se protege— con vidrio. No se trata solo de un avance técnico, sino de una evolución cultural y tecnológica que permitió al vidrio abandonar su rol tradicionalmente frágil y ornamental, para convertirse en un protagonista de la seguridad, la arquitectura moderna y el diseño industrial.
Los primeros experimentos relacionados con el templado del vidrio se remontan al siglo XVII, cuando el químico alemán Prince Rupert del Rin hizo popular una curiosa pieza conocida como “lágrima del príncipe Rupert”: una gota de vidrio fundido enfriada rápidamente en agua, con una cabeza extremadamente resistente y una cola que, al romperse, hacía estallar toda la gota en mil pedazos. Aunque no era templado en el sentido moderno, ya revelaba la tensión interna que puede generarse mediante cambios bruscos de temperatura.
Fue recién a comienzos del siglo XX cuando la industria comenzó a sistematizar estos fenómenos. En 1900, Rudolf A. Seiden, químico austrohúngaro, patentó uno de los primeros procesos para templar vidrio de forma controlada. Aquel sistema consistía en calentar el vidrio a altas temperaturas y enfriarlo rápidamente con aire, generando compresión superficial. Sin embargo, las maquinarias de aquella época eran muy rudimentarias y la fabricación era lenta, manual y con altos márgenes de error.
A lo largo del siglo XX, y en especial después de la Segunda Guerra Mundial, comenzó una carrera tecnológica por perfeccionar el proceso. En los años 50 y 60 se desarrollaron los primeros hornos de templado horizontales, que reemplazaron a los sistemas verticales más inestables. La clave fue el uso de rodillos cerámicos, que permitieron transportar el vidrio caliente de forma continua, uniforme y sin deformaciones.
El gran salto vino en los años 80 y 90, con la llegada de los sistemas automatizados de control de temperatura y enfriamiento, que permitieron fabricar vidrio templado de mayor tamaño, con mejor planimetría y con tolerancias mucho más precisas. La inclusión de software de control por zonas permitió modular el calentamiento y el soplado según el tamaño, espesor y geometría de cada pieza. Así, el templado dejó de ser un proceso artesanal para transformarse en una verdadera ingeniería de precisión térmica.
En paralelo, el avance de la industria del vidrio flotado también fue clave. Gracias a la estandarización en la calidad óptica y dimensional de las planchas crudas, los hornos de templado pudieron trabajar con mayores volúmenes y menores tasas de descarte.
En Argentina, el proceso de incorporación del vidrio templado siguió de cerca la evolución internacional, pero con desafíos propios. A mediados del siglo XX comenzaron a llegar los primeros hornos industriales al país, impulsados principalmente por el crecimiento del sector de la construcción y el automotor. En un primer momento, se trataba de hornos verticales, con capacidad limitada y una operación que exigía gran habilidad manual. Con el paso de los años, empresas pioneras comenzaron a invertir en tecnología europea y norteamericana, dando lugar al surgimiento de templadoras con mayor capacidad, eficiencia y automatización.
Durante las décadas de 1980 y 1990, el auge de las fachadas integrales, los cerramientos vidriados y las nuevas exigencias de seguridad impulsaron una fuerte expansión del mercado del vidrio templado en el país. Las normas IRAM, en particular las vinculadas a la seguridad en aberturas, barandas y mamparas, comenzaron a incorporar la exigencia del uso de vidrios de seguridad, entre ellos el templado. Esto generó una profesionalización del sector y una demanda creciente de maquinaria de última generación, que sigue en expansión hasta el día de hoy.
Actualmente, la Argentina cuenta con una red consolidada de plantas templadoras distribuidas en distintos puntos del país, muchas de ellas con hornos horizontales de última tecnología, control por convección total, corte por láser y trazabilidad digital. Empresas locales compiten con estándares internacionales y abastecen tanto al mercado interno como a países limítrofes. Además, el vidrio templado argentino forma parte de proyectos emblemáticos de arquitectura, mobiliario urbano, transporte, salud y tecnología.
Desde parabrisas hasta rascacielos, desde mamparas hasta fachadas inteligentes, el vidrio templado se ha convertido en uno de los materiales estructurales más confiables y versátiles del mundo. Su evolución es el resultado de más de un siglo de investigación, inversión y mejora continua. Y como toda revolución industrial silenciosa, su impacto se mide no solo en avances técnicos, sino también en la forma en que nos relacionamos con los espacios, la luz y la seguridad. En Argentina, esa revolución sigue en marcha, impulsada por un entramado industrial que combina tradición, innovación y una visión cada vez más precisa de lo que significa construir con transparencia y seguridad.
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